martes, 31 de julio de 2012

SANTOS: Santa Rosa de Lima (23 de agosto)

SANTOS (9 de agosto): Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

SANTOS (1 de agosto): Alfonso María de Liguorio (1696-1787)


El siglo dieciocho no fue una época notable por su vida espiritual pero produjo tres grandes misioneros de la Iglesia: san Leonardo de Port Maurice, san Pablo de la Cruz, y san Alfonso Maria de Ligorio.

— La familia de Alfonso. Primeros años

Nació en la casa de campo de su padre en Marianela, cerca de Nápoles, el martes 27 de Septiembre de 1696. Fue bautizado dos días después en la iglesia de Nuestra Señora de las Vírgenes, Nápoles.

Pertenecía a una familia antigua y noble. El padre, don José de Ligorio, era un oficial naval y capitán de la Flota Real. Don José era algo mundano, ambicioso y de carácter fuerte; pero también era un hombre de fe y piadoso. Cada año, padre e hijo, hacían un retiro en alguna casa religiosa. La madre era descendiente de españoles.

Alfonso era el mayor de siete hermanos. El muchacho mostraba gran progreso en todo tipo de aprendizaje. Su padre le hizo practicar el clavicordio durante tres horas cada día y a la edad de trece años lo tocaba con la perfección de un maestro. Sus diversiones eran la esgrima y montar a caballo; por la tarde, jugar a las cartas. Alfonso fue excluido de ser un buen tirador por su mala vista.

— Educación y juventud

En su juventud se aficionó a la ópera, pero sólo oía la música ya que en cuanto subían el telón se quitaba los lentes para no distinguir a los artistas. Alfonso sentía desde sus primeros años una repugnancia ascética a los teatros, algo que nunca perdió.

No fue a la escuela sino que fue educado por tutores bajo la supervisión de su padre. A los dieciséis años, el 21 de Enero de 1713, obtuvo el grado de doctor en leyes, aunque veinte años era la edad fijada por los estatutos. Alfonso decía que la toga de doctor le quedó muy grande y provocó la risa de los asistentes. Poco después inició sus estudios para el colegio de abogados y a los diecinueve años comenzó a practicar su profesión en las cortes.

— Abogado y conversión

En los ocho años de su carrera como abogado nunca perdió un caso y, a pesar de su juventud, a los veintisiete años era uno de los líderes del Colegio Napolitano de Abogados.

Alfonso se dedicaba con esmero a su profesión. En 1722, con veintiséis años de edad, comenzó a frecuentar con asiduidad la vida de sociedad desatendiendo las prácticas piadosas y la oración que habían sido parte integral de su vida para disfrutar del placer de la atención de los demás.

"Banquetes, entretenimientos, teatros," —escribió mas tarde— "estos son los placeres del mundo, pero son placeres que están llenos de la amargura y espinas. Créanme porque lo he vivido, y ahora lloro sobre ello". No hubo un gran pecado, pero tampoco santidad, y Dios, que deseaba que Alfonso fuera santo, le iba a hacer tomar ahora el camino a Damasco.

En 1723 hubo un litigio entre un noble napolitano y el gran duque de Toscana por una propiedad de gran valor. Alfonso era uno de los abogados. Cuando llegó el día ofreció un brillante discurso de apertura y se sentó confiado de la victoria. Pero el consejero opositor le dijo: "Sus argumentos son un desperdicio de oxígeno. Usted no revisó el documento que le hace perder el caso". "¿Qué documento es ese?" preguntó Alfonso resentido. Se le pasó un documento que él había leído y releído varias veces, pero siempre en un sentido contrario al que en ese momento veía que tenía. Alfonso palideció. Permaneció inmóvil por un momento y dijo con voz quebrada: "Usted tiene razón. He estado equivocado. Este documento le da a usted la razón". Alfonso sintió que su carrera estaba arruinada y dejó la corte diciendo: "Cortes, no me verán nunca más".

Durante tres días rechazó la comida. Entonces cesó el tormento y comenzó a ver que la humillación había sido enviada por Dios para quebrar su orgullo. Confiado en que algún sacrificio especial se le pedía aunque todavía no sabía qué decidió que no volvería a su profesión.

Después de un corto intervalo vino la respuesta. El 28 de Agosto de 1723 Alfonso había ido a visitar a los enfermos del Hospital de Incurables; de repente, se encontró rodeado de una misteriosa luz y una voz interior le dijo: "Deja el mundo y entrégate a Mí." Esto ocurrió dos veces.

Alfonso dejó el Hospital y fue a la Iglesia de la Redención de los Cautivos. Dejó su espada ante la imagen de Nuestra Señora e hizo la resolución de entrar en estado eclesiástico y ofrecerse como novicio a los Padres del Oratorio. Su padre, disgustado por el fracaso de dos planes de matrimonio para su hijo y el rechazo de Alfonso hacia su profesión, se opuso. Alfonso tuvo que soportar una persecución de dos meses. Al final, padre e hijo llegaron a un compromiso.

Don José estuvo de acuerdo en que su hijo fuera sacerdote siempre y cuando él cediera en su propósito de unirse al oratorio y continuara viviendo en la casa paterna. Alfonso, aconsejado por el Padre Tomás Pagano, también del Oratoriano, estuvo de acuerdo.

— Hacia el sacedocio

El 23 de Octubre del mismo año, 1723, Alfonso vistió el hábito sacerdotal. En Septiembre del siguiente año recibió la tonsura y pronto se unió a la asociación de sacerdotes misioneros seculares llamados Propaganda Napolitana, la cual no requería una residencia común para sus miembros.

En diciembre de 1724 recibió las ordenes menores. El subdiaconado en septiembre de 1725. El 6 de Abril de 1726 fue ordenado diácono y poco más tarde pronunció su primer sermón. El 21 de diciembre del mismo año, a la edad de treinta años, fue ordenado sacerdote.

— Predicador cercano a los pobres. La Asociación de las Capillas

Por seis años trabajó en Nápoles y sus alrededores, llevando a cabo misiones y predicando a los pobres de la capital. Con la ayuda de dos laicos, Pedro Barbarese, un maestro de escuela, y Nardone, un viejo soldado, a quienes había convertido de la mala vida, enroló a miles de pobres en una especie de confraternidad llamada la "Asociación de las Capillas", que todavía hoy existe. Entonces, Dios lo llamó para el trabajo de su vida.

— La inspiración del Padre Falcoia y la nueva fundación

En Abril de 1729, el padre Mateo Ripa, conocido como el apóstol de China, fundó un colegio misionero en Nápoles. Pocos meses después Alfonso dejó la casa de su padre y se fue a vivir con Ripa, sin llegar a ser miembro de su sociedad. En su nuevo aposento conoció a un amigo de su anfitrión, el padre Tomás Falcoia, de la congregación de los "Pii Operarii" (Obreros Píos), y entabló con él una gran amistad.

Había una diferencia considerable en edad entre ellos, porque Falcoia tenía sesenta y seis, y Alfonso solo treinta y tres pero el viejo sacerdote y el joven tenían almas gemelas. Años antes, Falcoia había tenido la visión de una nueva familia de hombres religiosos y mujeres cuyo propósito debía ser la imitación de las virtudes de Nuestro Señor. Falcoia había intentado formar una rama del Instituto al unir a doce sacerdotes en una vida común pero la comunidad pronto se deshizo.

En 1719, junto con el padre Filangieri, también de los "Pii Operarii", Falcoia había refundado un Conservatorium de mujeres religiosas en Scala. Pero Falcoia parecía no tener una idea clara del nuevo instituto al intentar escribir la regla; con todo, el nuevo Instituto comenzó con estas monjas de la Scala.

En 1724, una postulante, Julia Crostarosa, nacida en Nápoles el 31 de Octubre de 1696 (de la misma edad que Alfonso), entró al convento de Scala. Su nombre religioso era hermana María Celeste. En 1725, siendo novicia, tuvo unas visiones que la hicieron ver una nueva orden similar a la revelada a Falcoia años antes. Le pidieron que escribiera la regla y que se la enseñara a la autoridad del convento: el padre Falcoia, quien pensaba tratar a la monja con severidad y no hacer caso de sus visiones. Pero Falcoia cambio su actitud pues la regla de la hermana María Celeste era la realización de lo que él había estado pensado.

Falcoia entregó la nueva Regla a un grupo de teólogos, quienes la aprobaron, y dijeron que podía ser implementada en el convento de la Scala, siempre y cuando la comunidad aceptara.

Cuando el asunto se expuso a la comunidad comenzó la oposición. La mayoría estaba a favor pero el superior objetaba y apelaba a Filangieri, quien había ayudado a Falcoia a fundar el convento y era el General de los "Pii Operarii" y, por tanto, superior de Falcoia.

Filangieri prohibió cualquier cambio a la Regla y prohibió a Falcoia comunicarse con el convento. Así estuvieron los asuntos por varios años. En 1729, Filangieri murió y el 8 de Octubre de 1730, Falcoia fue consagrado Obispo de Castellamare. Ahora podía, con la aprobación del obispo de Scala, actuar de acuerdo a lo que él pensaba que era lo mejor para el convento.

Ocurrió que Alfonso, enfermo y agotado por el trabajo, había ido con unos compañeros a la Scala a principios del verano de 1730. Incapaz de permanecer desocupado, Alfonso había predicado a los pastores de cabras de las montañas con tal éxito que Nicolás Guerriero, Obispo de Scala, le pidió que dirigiera un retiro en su Catedral.

Falcoia, oyendo esto, pidió a Alfonso que diera un retiro a las monjas de su Conservatorium. El resultado del retiro para las monjas fue que Alfonso, quien había tenido prejuicios en contra de la nueva Regla, se convirtió en un convencido partidario y obtuvo permiso del Obispo de la Scala para el cambio.

En 1731, el convento adoptó la nueva Regla junto con el hábito rojo y azul, los colores tradicionales del vestido de Nuestro Señor. Se estableció una rama del nuevo Instituto de acuerdo a la visión de Falcoia. La otra no tardaría en llegar. Tomás Falcoia tenía la esperanza de que Alfonso pudiera bajo su dirección ser el fundador de la nueva Orden.

Una nueva visión de la hermana Maria Celeste parecía mostrar que tal era la voluntad de Dios. El 3 de Octubre de 1731, en la tarde de la fiesta de San Francisco, vio al Señor con san Francisco a su mano derecha y a un sacerdote a su izquierda. Una voz dijo "Éste es a quien he escogido como cabeza de mi Instituto, el General Prefecto de una nueva Congregación de hombres que trabajarán para mi Gloria." El sacerdote era Alfonso. Poco después, Falcoia le hizo saber a Alfonso su vocación de dejar Nápoles e ir y establecer una orden de misioneros en Scala.

— Fundación de la Congregación del Más Santo Redentor

Algunos se opusieron al proyecto, pero el director espiritual de Alfonso, el padre Pagano; el padre Fiorillo, un gran predicador Dominico; el padre Manulio, Provincial de los Jesuitas; y Vicente Cutica, superior de los Vicentinos, apoyaron al joven sacerdote y el 9 de Noviembre de 1732, la "Congregación del Más Santo Redentor", o como se le llamó por diecisiete años, "del Más Santo Salvador", comenzó en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala.

Aunque Alfonso era el fundador y cabeza del Instituto, en un principio la dirección general así como la posición de director y consejero fue asumida por el obispo de Castellamare. No fue hasta la muerte de este, el 20 de Abril de 1743, que se tuvo una reunión general y Alfonso fue elegido formalmente Superior-General. De hecho, al principio Alfonso no era superior ni de la casa ya que uno de sus compañeros, Juan Bautista Donato, ocupaba el puesto porque ya había tenido experiencia de la vida en comunidad en otro Instituto.

Los primeros años, después de la fundación de la nueva orden, no eran prometedores. Surgieron las diferencias, el amigo y compañero principal de Alfonso, Vicente Mannarini, se opuso a él y a Falcoia en todo.

El primero de Abril de 1733, los compañeros de Alfonso excepto un hermano laico, Vitus Curtius, lo abandonaron, y fundaron la congregación del Sagrado Sacramento, la cual, confinada al Reino de Nápoles, se extinguió en 1860 por la Revolución Italiana.

Las diferencias se extendieron a las monjas y la hermana Maria Celeste dejó la Scala y fundó un convento en Foggia, donde murió el 14 de Septiembre de 1755. Fue declarada Venerable el 11 de Agosto de 1901.

Alfonso, sin embargo, se mantuvo firme; pronto llegaron otros compañeros, y aunque la Scala fue dejada por los padres en 1738, en 1746 la nueva congregación tenía cuatro casas en Nocera de Pagani, Ciorani, Iliceto (ahora Deliceto), y Caposele, todas en el reino de Nápoles.

— Ante todo misionero

En 1749, la Regla y el Instituto masculino fueron aprobados por el papa Benedicto XIV, y en1750, la Regla y el Instituto de monjas. Alfonso era abogado, fundador, superior religioso, teólogo, y místico, pero sobre todo un misionero.

De 1726 a 1752, primero como miembro de la Propaganda y luego como líder de sus propios sacerdotes viajó a las provincias de Nápoles llevando misiones a los pueblos mas pequeños. Una característica de su método era el regreso de sus misioneros, después de un intervalo de varios meses, a la escena de sus trabajos para consolidar su trabajo, en lo que se llamó la "renovación de la misión".

— Obispo

En 1747, el rey Carlos de Nápoles quería nombrar a Alfonso arzobispo de Palermo. Solamente por sus ruegos Alfonso pudo librarse. Pero en 1762 tuvo que obedecer al Papa y aceptó el puesto de obispo de Santa Agata de los Góticos, una pequeña Diócesis Napolitana.

En la diócesis de Santa Agata de los Góticos, con 30,000 personas sin instrucción, 400 clérigos indiferentes y algunas veces escandalosos, y diecisiete casas religiosas más o menos relajadas, Alfonso lloró y rezó días y noches y trabajó incansablemente durante trece años. Más de una vez intentaron asesinarlo. En un motín que ocurrió durante la hambruna que afectó el sur de Italia en 1764, salvó la vida al sindical de Santa Ágata, ofreciendo la suya a la muchedumbre.

Alfonso alimentó a los pobres, instruyó a los ignorantes, reorganizó su seminario, reformó sus conventos, creó un nuevo espíritu en sus sacerdotes, reprendió a los nobles escandalosos y a las malas mujeres con la misma imparcialidad, consolidó al estudio de la teología y la teología moral, y siempre le estuvo rogando al Papa que le permitiera renunciar a su puesto porque no hacía nada por su diócesis...

A su trabajo administrativo debemos añadir su trabajo literario, sus muchas horas de oración, sus austeridades y una enfermedad que hizo de su vida un martirio.

Ocho veces, sin contar su última enfermedad, Alfonso recibió los sacramentos para los moribundos, pero la peor de sus dolencias fue un ataque de fiebre reumática durante su episcopado que duró de Mayo de 1768 a Junio de 1769 y lo dejó paralítico hasta el final de sus días; por eso, Alfonso tiene siempre cabeza inclinada en los retratos que de él se han hecho. Tan inclinada que al principio, la presión que producía su barbilla le produjo una peligrosa herida en el pecho. Aunque los doctores tuvieron éxito en enderezarle un poco el cuello, Alfonso tuvo que alimentarse mediante un tubo por el resto de su vida.

No hubiera podido celebrar misa nunca más si un prior agustino no le hubiese enseñado cómo apoyarse en la silla para que con la asistencia de un acólito pudiera llevarse el cáliz a los labios. A pesar de sus achaques, Clemente XIII (1758-69) y Clemente XIV (1769-74) obligaron a Alfonso a permanecer en su puesto episcopal. En Febrero de 1775, Pío VI fue electo Papa y en mayo le permitió renunciar a su puesto.

Alfonso regresó a su pequeña celda en Nocera en Julio de 1775 para preparar una feliz y rápida muerte, sin embargo, viviría doce años más que no fueron de paz sino de aflicciones.

— Los "dolores" del Instituto

El autor inmediato de lo que fue una vida de persecución para Alfonso fue el Marqués Tanucci, quien llegó a Nápoles en 1734.

Nápoles había sido parte del dominio español desde 1503 pero en 1708, cuando Alfonso tenía diez años, fue conquistado por Austria durante la guerra de la sucesión Española. En 1734 fue reconquistada por don Carlos, biznieto de Luis XIV, y el reino Borbón independiente de las dos Sicilias fue establecido. Con don Carlos, o como se le llama generalmente, Carlos III, rey de España, vino el abogado, Bernardo Tanucci, quien gobernó Nápoles como Primer Ministro y regente por los siguientes cuarenta y dos años. Si el nuevo gobierno hubiera encontrado la congregación redentorista ya autorizada Alfonso se hubiera ahorrado muchos sufrimientos pero la política anticlerical de Tanucci negó el reconocimiento de los redentoristas como una congregación religiosa.

Hubo años en que parecía que el Instituto iba a ser cerrado. El sufrimiento de Alfonso fue muy grande. Lo peor, sin embargo, fue la relajación de la disciplina y la pérdida de vocaciones en la congregación.

Alfonso hacía incansables esfuerzos con la Corte. Quizás era muy ansioso. En una ocasión, el Marqués Brancone, ministro de asuntos eclesiásticos, amigo de Alfonso y hombre de una piedad profunda, le dijo amablemente: "Pareciera que has puesto toda tu confianza aquí abajo". Estas palabras le ayudaron a recuperar la paz interior.

— La crisis del Reglamento de 1780

Un intento final en 1780 para recibir la aprobación real le produjo a Alfonso un gran dolor debido a la división y ruina aparente de su Congregación así como el disgusto de la Santa Sede. Alfonso tenía ochenta y tres años.

Desde el año de 1759 dos benefactores de la Congregación, el Barón Sarnelli y Francis Maffei, se convirtieron en sus enemigos e iniciaron una vendetta contra ella en las cortes que duró veinticuatro años. Sarnelli era apoyado por el poderoso Tanucci. La eliminación de la Congregación parecía que iba a producirse pero el 26 de Octubre de 1776, Tanucci, que había ofendido a la reina María Carolina, perdió su poder.

Con el gobierno del Marqués de la Sambuca, también regalista pero amigo de Alfonso, hubo una promesa de tiempos mejores y en Agosto de 1779 la esperanza de Alfonso aumentó por la publicación de un decreto real que le permitía nombrar superiores en su Congregación y tener un noviciado y casa de estudios.

El Gobierno había reconocido el buen efecto de sus misiones pero deseaba que los misioneros fueran sacerdotes seglares y no de una orden religiosa. El decreto de1779 parecía un paso hacia adelante. Alfonso esperaba conseguir mediante su amigo, Mgr. Testa, la aprobación de su Regla.

Alfonso, a diferencia del pasado, no pidió exequatur al edicto de Benedicto XIV, porque las relaciones estaban muy tensas entre las cortes de Roma y Nápoles, pero esperaba que el rey diera una sanción independiente a su Regla. Era importante para los padres responder al cargo de ser una congregación ilegal, uno de los principales alegatos en la acciones agresiva del barón Sarnelli.

Pero el sometimiento de la regla a un poder civil hostil fue un error. El resultado fue desastroso. La única oportunidad de éxito de Alfonso, viejo y débil —tenía ochenta y cinco años y estaba paralítico, sordo y casi ciego—, era la de ser servido fielmente por sus amigos y subordinados pero fue traicionado en ambos casos.

Sus enviados, los padres Majone y Cimino, lo traicionaron. Incluso su confesor y vicario general en el gobierno de su Orden, el padre Andrés Villani, tomó parte en la conspiración. Los votos fueron abolidos y la Regla fue alterada hasta ser irreconocible. En esta Regla alterada o Reglamento, como fue llamada, Alfonso fue inducido a poner su firma. Fue aprobada por el rey y forzada a la estupefacta congregación mediante el poder del estado. Surgió una conmoción de miedo. A Alfonso le habían llegado vagos rumores de la traición pero se había negado a creerlos. "Tú fundaste la Congregación y tú la destruíste", le dijo un padre. Alfonso lloró en silencio y trató en vano de encontrar un medio por el cual la orden pudiera salvarse. Su mejor plan hubiera sido consultar a la Santa Sede pero se le habían adelantado.

Los padres denunciaron el cambio de la Regla a Roma. Pío VI, disgustado con el gobierno napolitano, tomó a los padres bajo su protección. Prohibió el cambio de Regla en sus casas y levantó la obediencia de los padres a los superiores napolitanos, es decir a Alfonso, hasta que pudiera haber un interrogatorio.

Siguió un largo proceso en la corte de Roma y el 22 de Septiembre de 1780 se redactó un decreto provisional, el cual se hizo definitivo el 24 de Agosto de 1781, reconociendo que solamente las casas en los estados papales constituían la congregación redentorista.

El padre Francisco de Paula, uno de los principales apelantes, fue nombrado su Superior General, "en lugar de aquellos", el edicto decía, "quienes siendo sus altos superiores de la dicha congregación han adoptado junto con sus seguidores un nuevo sistema esencialmente diferente del anterior y han abandonado el Instituto en el cual ellos profesaron y han por lo tanto dejado de ser miembros de la congregación".

Alfonso fue silenciado en su propia orden por la que el Papa lo declararía "Venerable", viviendo en estado de exclusión durante siete años hasta su muerte. No fue hasta después de su muerte —como Alfonso profetizó—, que el gobierno Napolitano reconoció su Regla y se reuniera la Congregación Redentorista bajo una cabeza (1793).

— Noche del alma y muerte

Tres años antes de su muerte, Alfonso pasó a través de una verdadera "noche del alma". Sufrió grandes tentaciones, apariciones diabólicas, alucinaciones y terribles escrúpulos y desánimo.

El 1 de Agosto de1787, cuando sonaban las campanas del ángelus del mediodía, Alfonso pasó a mejor vida. Tenía noventa y uno años.

Fue declarado "Venerable" el 4 de Mayo de 1796; beatificado en 1816 y canonizado en 1839. En 1871 fue declarado Doctor de la Iglesia.

— Semblante físico y psicológico

"Alfonso fue de estatura mediana", dice Tannoia, su primer biógrafo; "Su cabeza era algo grande, su cabello negro, y barba larga". Tenía una sonrisa placentera y su conversación era muy agradable, pero aún así tenía modales de gran dignidad.

Era líder natural de hombres. Tenía una gran devoción al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora. Era caritativo con los que sufrían; recorrería cualquier distancia para salvar una vocación o a una persona del pecado. Sentía amor por los animales y las criaturas silvestres.

Psicológicamente, Alfonso puede ser clasificado entre las almas dos veces nacidas; es decir, hubo un punto de conversión, no del pecado serio que nunca cometió sino de lo comparativamente mundano a un completo sacrificio personal para Dios.

El temperamento de Alfonso era ardiente. Era un hombre de pasiones fuertes, usando el término en el sentido filosófico, y de gran energía. Parecía muerto al insulto o injusticia cometido contra él. En casos de crueldad o de injusticia contra otros, o de ofensa a Dios, mostró la indignación de los profetas.

Aparte de los que fueron santos por la gracia del martirio, puede dudarse que muchos hombres y mujeres de temperamento flemático hayan sido canonizados. La diferencia en los santos no es que no tengan falta sino el poder de guía, generosidad, sacrificio y ardiente amor a Dios. La dificultad de las voluntades y pasiones fuertes es que son difíciles de domar pero cuando se les doma son ingrediente principal para la santidad.

Alfonso practicó el voto de no perder el tiempo, lo cual le ayudó el ser muy práctico. Aunque era un buen teólogo dogmático, no era un metafísico. Siempre se sintió abogado, no solo durante sus años en el Colegio, y su manera de hacer teología lo convirtió en el príncipe de los teólogos morales y en doctor de la Iglesia.

— Su oración

La oración que Alfonso recomendó a su Congregación, de la cual tenemos ejemplos en sus trabajos ascéticos, es afectiva; el uso de aspiraciones cortas, peticiones y actos de amor más que meditación discursiva con gran reflexión.

Su propia oración fue en su mayor parte lo que algunos llaman "activa", otros contemplación "ordinaria". De estados pasivos extraordinarios, tales como éxtasis, no hay muchos casos anotados en su vida, aunque hay algunos. En tres diferentes ocasiones mientras predicaba un rayo de luz de una pintura de Nuestra Señora se dirigió hacia él y Alfonso cayó en éxtasis delante de la gente. Ya en avanzada edad, fue varias veces elevado en el aire mientras hablaba de Dios.

Su intercesión curaba a los enfermos. Alfonso leía los secretos de los corazones y predecía el futuro. Cayó en un trance clarividente el 21 de Septiembre de 1774 y estuvo presente en espíritu en el lecho de muerte del Papa Clemente XIV.

— Escritor

A excepción de algunos poemas publicados en 1733, su primer trabajo, un pequeño volumen llamado "Visitas al Sagrado Sacramento", apareció cuando tenía casi cincuenta años de edad.

Tres años mas tarde publicó el primer esbozo de su "Teología Moral" en un volumen llamado "Notas para Busembaum", un célebre teólogo moral Jesuita.

Alfonso pasó los siguientes años remodelando su trabajo y en 1753 apareció el primer volumen de "Teología Moral". El segundo volumen, dedicado a Benedicto XIV, lo publicó en 1755. Nueve ediciones de "Moral Theology" aparecieron durante la vida del Santo, las de1748, 1753-1755, 1757, 1760, 1763, 1767, 1773, 1779, y 1785.

En la segunda edición le dio la forma definitiva aunque en posteriores ediciones retiró algunas opiniones, corrigió algunas y trabajó en el enunciado de su teoría de Equiprobabilismo hasta que la consideró completa.

Alfonso publicó muchas ediciones de compendios de sus trabajos, tales como el "Homo Apostolicus", de 1759. La "Teología Moral" comenzó con el tratado "De Conscientia", seguido por el de "De Legibus". Estos forman el primer libro. El segundo contiene los tratados sobre Fe, Esperanza, y Caridad. El tercer libro trata de los diez Mandamientos, el cuarto de los estados clericales y monásticos, y los deberes de los jueces, abogados, doctores, comerciantes, y otros. El quinto libro contiene los tratados "De Actibus Humanis" y "De Peccatis"; el sexto es sobre los sacramentos, el séptimo y último sobre las censuras de la Iglesia.

— Teólogo moral

Como teólogo moral, Alfonso ocupa el "centro" entre las escuelas que tendían al relajamiento o al rigor que dividía la teología de su tiempo. Cuando se preparaba para el sacerdocio en Nápoles, sus maestros fueron de la escuela rígida (influencia jansenista).

Cuando Alfonso comenzó a oír confesiones vio el daño hecho por el rigorismo y se inclinó hacia la escuela moderada de los teólogos Jesuitas, a quienes llamaba "los maestros de moral".

Alfonso no siguió en todo sus enseñanzas, sobre todo en un punto muy debatido en las escuelas, a saber: si podemos en la práctica seguir una opinión que niega una obligación moral cuando la opinión nos parece del todo más probable.

Esta es la gran pregunta del "Probabilismo". San Alfonso, después de publicar anónimamente (en 1749 y 1755) dos tratados defendiendo el derecho a seguir la opinión menos probable, al final se inclinó en contra de ese legalismo y, en caso de duda, solo permitía la libertad de la obligación donde las opiniones a favor y en contra de la ley fueran iguales o casi iguales.

Alfonso llamó a su sistema el Equiprobabilismo. Es verdad que los teólogos de las grandes escuelas han estado de acuerdo en que, cuando una opinión en favor de la ley es más probable de tal modo que en la práctica se vuelve en una certeza moral, no se debe seguir la opinión menos probable, y algunos han supuesto que san Alfonso no quiso decir otra cosa en su terminología.

Alfonso escogió una fórmula diferente que los escritores Jesuitas, en parte porque pensó que sus propios términos eran más exactos y, en parte, para salvar sus enseñanzas y su congregación tanto como fuera posible de la persecución del Estado.

Alfonso era abogado y daba mucha importancia al peso de la evidencia. En una acción civil una preponderancia de la evidencia le da el caso a una de las partes. Si las cortes civiles no pudieran decidir en contra de un defendido basándose en una mayor probabilidad y tuviera que esperar, como debe esperar una corte criminal, para la certidumbre moral, muchas acciones nunca se resolverían.

El Probabilismo puro se parece a un juicio criminal en el que el jurado debe encontrar en favor de la libertad (el prisionero) si queda una duda razonable en su favor. San Alfonso fue un gran teólogo y le dio mucho peso a la probabilidad intrínseca. "Yo sigo mi conciencia", escribió en 1764, "y cuando la razón me persuade le hago poco caso a los moralistas". Seguir una opinión sin pensarla, sólo porque alguien más la sostiene, le parecía a Alfonso una abdicación de la oficina judicial con la cual estaba investido como confesor.

Debe admitirse que todos los sacerdotes no son capaces de estimar la probabilidad intrínseca en su verdadero valor y la Iglesia podía haber concedido algo al probabilismo puro por los honores que se le rindieron al santo en su decreto del 22 de Julio de 1831, el cual permite a los sucesores seguir cualquiera de las opiniones de san Alfonso sin darle peso a las razones en las cuales estas se basaban.

— Otros escritos

Además de su Teología Moral, Alfonso escribió un gran número de trabajos dogmáticos y ascéticos. Las "Glorias de María", "La Selva", "La verdadera Esposa de Cristo", "Los grandes medios de oración", "El camino de la salvación", "Ópera Dogmática, o Historia del Concilio de Trento", y "Sermones para todos los domingos del año", son los más conocidos.

Fue poeta y músico. A principios del siglo XX, un dueto compuesto por él, "Entre el Alma y Dios", se encontró en el Museo Británico con la fecha aproximada de 1760 y conteniendo una corrección con su propia letra.

Alfonso escribió muchas cartas. La correspondencia que se ha salvado llega a 1,451 cartas. Fue tan escrupuloso con la verdad que cuando en 1776, el regalista Mgr. Filingeri fue Arzobispo de Nápoles, Alfonso no escribió para felicitarle porque pensaba que no era honesto decir que "estamos felices de oír de su promoción" solamente para proteger a su Congregación.

Podría pintarse unos retratos interesantes de todos los que tuvieron algo que ver en la vida del santo: Carlos III y su ministro Tanucci; El hijo de Carlos: Ferdinando; la reina María Carolina, hija de María Teresa y hermana de María Antonieta; Los Cardenales Spinelli, Sersale, y Orsini; los Papas Benedicto XIV, Clemente XIII, Clemente XIV, y Pío VI, a cada uno de los cuales Alfonso dedicó un volumen de su trabajo; el editor veneciano de la casa de Remondini. Otros amigos personales de Alfonso fueron los Padres Jesuitas de Matteis, Zaccaria, y Nonnotte.

Un respetable oponente fue el dominico padre Vincenzo Patuzzi. Otro dominicano, el padre Caputo fue presidente del seminario de Alfonso y ayudante en su trabajo de reforma.

El misionero Jesuita san Francisco de Gerónimo tomó al pequeño Alfonso en su brazos, lo bendijo y profetizó que haría un gran trabajo para Dios; el franciscano san Juan José de la Cruz fue bien conocido por Alfonso. Ambos fueron canonizados el mismo día que el Santo Doctor, el 26 de Mayo de 1839.

El Beato Clemente Hofbauer se unió a la congregación Redentorista en los años seniles del Santo, aunque Alfonso nunca vio en persona al hombre que debería ser el segundo fundador de su orden.

Fuente: Enciclopedia Católica On Line

viernes, 27 de julio de 2012

DOMINGO DE LA SEMANA 17 DEL TIEMPO ORDINARIO, B, por Mons. Francisco González, S.F.

2 Reyes 4,42-44
Salmo 144: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15

 
2 Reyes 4:42-44

En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: «Dáselos a la gente, que coman.» El criado replicó: «¿Qué hago yo con esto para cien personas?» Eliseo insistió: «Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.» Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

Salmo 144,10-11.15-16.17-18:
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

El Señor es justo en todos sus caminos,
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Efesios 4:1-6

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

Juan 6:1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.» Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.


Nuestro mundo no está acostumbrado a milagros, es un mundo de ciencia, de evidencias, de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones matemáticas; es un mundo, en definitiva, de cálculos e intereses bancarios, deudas y beneficios, donde lo sobrenatural, lo inexplicable y espiritual, normalmente, no tienen espacio ni audiencias, porque no producen beneficios contables obedientes al fruto del cálculo matemático. Este es nuestro mundo, el mundo de la materia y de lo material, el mundo de lo que se logra por medio de la técnica, del esfuerzo personal, de la preparación, la experiencia, y la fe en uno mismo.

Puede que este análisis parezca un tanto negativo, pero la verdad es que ha sido casi siempre así, no es una enfermedad nueva que nuestra sociedad acaba de contraer. Ya mucho antes de Cristo había pobres y ricos, creyentes e indiferentes, fieles a Dios y enfrentados a Él, humildes y soberbios, señores y sirvientes, esclavos y ricos, amor e injusticia. Estos son algunos de los muchos contrastes de la vida del hombre que hicieron que Dios decidiera encarnarse para salvarnos de los poderes de esas tinieblas que siempre amenazan al hombre con confundirlo y desviarlo. Tal vez hoy en día esas fuerzas de las tinieblas se extiendan con más facilidad como consecuencia del tecnicismo, del materialismo, de los medios de comunicación y redes sociales.

Ante este mundo que vive de las evidencias de la ciencia se encuentra la realidad de la fe cristiana que vive de creer en lo que no ve, de las promesas divinas, esperando en lo humanamente imposible.

Así, en la primera lectura de hoy (2 Reyes 4,42-44) podemos ver la fuerza de la fe, y los frutos de la misma: "…Le dijo Eliseo: ‘Dale los panes a estas personas para que coman’. Su servidor le dijo: ‘¿Cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres? Dáselos a la gente para que coma, insistió Eliseo, porque así dice el Señor: Comerán y sobrará. El hombre entonces se los presentó: ellos comieron y dejaron sobras, como el Señor había dicho’".

El hombre, a pesar de haber experimentado el poder de Dios en su propia historia, en la historia de la salvación del mundo, duda de que para Dios nada hay imposible, que la fe basta para mover montañas. El hombre del que nos habla esta lectura es imagen fiel de la actitud que nosotros tenemos ante Dios y nuestros problemas. No terminamos de creer que Él puede solucionarlos, y que sólo basta con creer y confiar en el poder inmenso de nuestro Padre Dios.

Hoy les invito a reflexionar sobre este aspecto particular de nuestras vidas de creyentes: ¿creemos, en verdad, que Dios lo puede todo?, ¿me he confiado a Dios y he puesto en sus manos todos aquellos problemas que me afligen?

Si la lectura del Antiguo Testamento no fuera suficiente, el Señor nos da pruebas de su poder en el Evangelio de la multiplicación de los panes (Jn. 6,1-15). Lo que parecía imposible se hizo realidad, y no sólo comieron, sino que hasta sobró el alimento. Cuando confiemos en Dios nos convertiremos en invencibles, y obraremos las mismas maravillas en su nombre, mensajeros del amor que Dios tiene por el hombre.

Pero para que el mundo crea en el poder de Dios, Él necesita de nosotros, de nuestra colaboración sincera. ¿Hubiera podido Jesús obrar semejante milagro sin la colaboración del muchacho quien entregó lo que tenía, cinco panes y dos panes de cebada? Hoy es Cristo mismo quien cuestiona nuestra generosidad y confianza en Él. Generosidad en ofrecerle lo poco o mucho que tengamos, los dones que nos ha regalado. La confianza de saber que la Palabra de Dios se cumple, y Él hará producir abundantes frutos de salvación