viernes, 12 de abril de 2013

3 DOMINGO DE PASCUA, C

Hechos 5,27-32.40-41
Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Apocalipsis 5,11-14
Juan 21,1-19

Hechos 5, 27b-32.40b-41

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: "¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre." Pedro y los apóstoles replicaron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. la diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen." Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante, su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío,
te daré gracias por siempre.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Apocalipsis 5,11-14

Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza." Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: "Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos." Y los cuatro vivientes respondían: "Amén." Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.

Juan 21,1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:
— Me voy a pescar.
Ellos contestan:
— Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
— Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
— No.
Él les dice:
— Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
— Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
— Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
— Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Él le contestó:
— Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
— Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
— Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Él le dice:
— Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
— Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
— Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
— Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
— Sígueme.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

La primera lectura nos recuerda algo histórico, algo que se viene repitiendo desde los primeros días: predicar el evangelio puede traer dificultades, sufrimientos, e incluso la muerte a aquellos que lo proclaman. El Sanedrín ve en los seguidores de Cristo una amenaza para lo que ellos son y defienden. Los dirigentes espirituales del pueblo encarcelan y castigan a los apóstoles, les prohíben la predicación, además de azotarles y sin embargo esos mismos apóstoles responden que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y se “marchan contentos de haber sufrido por el Señor”.

De una forma u otra, la historia se repite hasta hoy, en los comienzos del siglo XXI de cristianismo.

La lectura evangélica nos presenta como dos historias distintas: la pesca milagrosa y las preguntas de Jesús a Pedro antes de darle el encargo de pastorear el rebaño.

Jesús, y esta es la tercera vez, se les aparece a los apóstoles. Son siete de ellos que están pescando en el lago de Tiberiades. Han tenido una noche fatal, o sea que han faenado sin ningún resultado. El Señor les señala dónde echar las redes y pescan ciento cincuenta y tres (el número de especies que se conocían entonces) como para indicar la universalidad de la pesca de hombres.

Como lección para aprender, especialmente en nuestro intento misionero o de evangelización es que debemos buscar y hacer de acuerdo con la voluntad de Dios y la guía del Espíritu. Nosotros solo somos instrumentos en las manos del Señor y el éxito (la pesca abundante) depende de Él.

Después de desayunar lo que el mismo Jesús les había preparado, Jesús entabla un diálogo con Pedro y por tres veces le pregunta: ¿Me amas más que estos? ¿Me amas? ¿Me quieres? Pedro responde en afirmativo las tres veces, incluso en la última respuesta la ofrece con un cierto sentimiento de tristeza/remordimiento, pero con la firmeza de que sabe dice la verdad: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.

Este diálogo de Jesús con Pedro ha estado muy presente en mi cabeza y corazón estas últimas semanas. Desde que el papa emérito Benedicto XVI anunció su renuncia al ministerio petrino, todos los expertos y los que creían serlo, escribieron, hablaron y públicamente declararon la clase de Papa que debería ser elegido. Revisando todas las necesidades de la Iglesia, reales y ficticias, describían las cualidades que debía tener el sucesor de Benedicto XVI: edad, salud, nacionalidad, dotes administrativos, de derecha, de izquierda. Y si no recuerdo mal, nadie se esperaba al padre Jorge, como le llamaban por su querida Argentina.

Yo no soy juez, ni profeta, ni historiador, en realidad soy poca cosa, pero me atrevo a decir que tal vez eso del amor a Cristo haya tenido algo que ver en la elección. No sé si el antiguo cardenal Bergoglio amaba a Jesús más que los otros Señores Cardenales, pero de lo que estoy convencido es que él amaba y ama a Jesús de todo corazón, y por eso en su primera homilía predicada a los cardenales electores les hablaba de abrazarse a Cristo, al Cristo crucificado y que eso era lo que verdaderamente nos hace discípulos del Señor, pues como les recodaba y nos recuerda a todos: seremos todo lo que queramos ser, incluso sacerdotes, obispos, cardenales, Papa, pero si no nos abrazamos cariñosamente al Cristo colgado en la cruz, no seremos sus discípulos, y menos aún, añadiría yo, podremos ser pastores del rebaño que nos ha señalado.

Es el amor el principal mandamiento, es el amor lo que nos distinguirá como sus discípulos, es el amor lo que resolverá los retos de nuestra sociedad. El amor vivifica, el amor abre nuestros corazones hacia Dios y a nuestros hermanos/as, el amor llena los valles, rebaja las montañas y endereza los caminos. El amor hace que brille la sonrisa del enfermo incurable a quien cuidamos, del anciano que alimentamos, del criminal a quien perdonamos, del niño de la calle que adoptamos, de la joven abusada a quien le damos el respeto que se merece y se le proporciona la libertad que le pertenece.

Amar a Jesús y amar a nuestro hermano/a. Si alguien tiene mejor formula para la convivencia y desarrollo de la humanidad, que lo anuncie lo antes posible, pues de sufrimiento ya tenemos bastante.

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